Los prenatos y los bebés se perciben a sí mismos y a su entorno de forma holística. Toda la experiencia del prenato y del lactante está directamente mediada por sus sentidos celulares y corporales. Experimentan su mundo “todo a la vez” sin ningún velo de construcción psicológica o pensamiento lineal. El tiempo también se experimenta de forma holística y hay poca diferenciación entre pasado, presente y futuro. Por lo tanto, la experiencia pre y perinatal es muy completa. Esto también puede generar vulnerabilidades. El prenato es muy vulnerable a las experiencias adversas o traumáticas. Cuando un bebé se encuentra con condiciones abrumadoras, como las que pueden surgir en el proceso de nacimiento o en las condiciones adversas del útero, no se filtran a través de las defensas psicológicas. No hay un velo de pensamiento, sino una experiencia directa. Las diversas entradas sensoriales como la vista, el oído o el tacto, junto con

la afluencia emocional directa desde el ombligo de la madre, pueden asociarse más fácilmente con las propias sensaciones y tonos emocionales del prenatal generando procesos tempranos de acoplamiento traumático. Cuando un bebé accede más tarde a un trauma pasado no resuelto, como un parto difícil, puede sentirlo como si volviera a suceder en el presente. Esta vulnerabilidad puede continuar en la vida posterior. Cuando los adultos acceden a un trauma prenatal o de nacimiento no resuelto, ya sea en las sesiones o en las experiencias de re-estimulación, puede sentirse como una experiencia presente, especialmente si hubo un shock involucrado. Si esto ocurre en las sesiones terapéuticas, el trabajo debe tener un ritmo adecuado y las fuerzas deben resolverse dentro de los recursos de la conciencia adulta.

Asimismo, los prenatos y los bebés se ven abrumados más fácilmente por las experiencias fuertes que los niños mayores y los adultos, y es más probable que queden con una hipersensibilidad a su mundo sensorial. Las experiencias intensas, como las necesidades continuamente insatisfechas, la negligencia, el abuso, las fuertes sensaciones de presión, los ruidos fuertes o las luces brillantes, pueden desencadenar rápidamente una inundación de experiencias sensoriales. Dado que la experiencia es holística y encarnada, cualquier reestimulación de estos traumas prenatales o de nacimiento no resueltos puede experimentarse como si volviera a suceder. Cuando se le somete a estrés, el bebé o el niño pequeño puede experimentar una inundación de activación traumática a través de todos sus sentidos a la vez. Pueden mostrar estados de hiperactivación, sobresaltarse con mayor facilidad, mostrar movimientos desarticulados y desconectados, no ser capaces de orientarse hacia la madre o los cuidadores, no poder alimentarse con facilidad y no poder dormir bien o autoconfortarse. Por otra parte, en circunstancias abrumadoras de estrés, los prenatos y los bebés pueden recurrir por defecto a las respuestas defensivas más primitivas, la disociación, la desconexión y el congelamiento. Más adelante, esto puede convertirse en una forma de vida, ya que el niño se vuelve soñador, tiene poca atención, duerme mucho y no puede orientarse a las circunstancias presentes. Creo que el autismo y los trastornos por déficit de atención tienen sus raíces aquí. Pueden ser intentos de amortiguar el dolor de la experiencia inmediata y la inundación de sensaciones desagradables. Asimismo, en los traumas tempranos, es posible que los reflejos del desarrollo no se activen o desactiven en el orden correcto y en las etapas de desarrollo apropiadas y que el desarrollo en muchos niveles se vea afectado. Esto puede tener un efecto enormemente negativo en los procesos tempranos de apego y aprendizaje. El bebé prenato y de parto se encuentra en una posición muy vulnerable.