El prenato es muy vulnerable a la naturaleza relacional del útero y del mundo interior y exterior de la madre. De hecho, sólo puede experimentarse a sí misma en su reflejo. Aunque hay una clara experiencia de sí mismo y del otro, en el nivel emocional hay continuidad y comunión directa. Fairbairn llamó a esto el estado de identificación primaria, donde, en el nivel de las necesidades y el afecto, hay continuidad entre el bebé y el cuidador. En este sentido, no hay separación real posible entre los procesos espirituales, fisiológicos y psicoemocionales del prenato y de la madre. La conciencia de la madre y toda su experiencia impregnan al pequeño. Los prenatos están directamente conectados a la madre a través de sus cordones umbilicales y están rodeados y comparten literalmente su mundo emocional. De hecho, la madre se experimenta energéticamente como un campo envolvente que comunica una gran cantidad de información. Asimismo, el mundo que habita la madre se comunica directamente al prenato a través de este campo y de la conexión física del cordón umbilical. Este mundo psicoespiritual-emocional omnipresente rodea al prenato y se experimenta como infusivo, tonal y no lineal. Esta sensación de continuidad es una vía de doble sentido. Las madres entran de forma natural en lo que se denomina “constelación de la maternidad”, un estado de sintonía y resonancia directa con el mundo interior de los sentimientos y necesidades de su bebé. Tanto el bebé como la madre entran en un estado de sintonía en el que conocen directamente los estados del otro. Esto permite a la madre y a otros cuidadores primarios responder directamente y de forma adecuada al estado interior del bebé, a sus afectos y a sus necesidades.