Dacher Keltner – Compasión en la punta de tus dedos
Una palmadita en la espalda, una caricia en el brazo… son gestos cotidianos e incidentales que solemos dar por sentados, gracias a la asombrosa destreza de nuestras manos.
Pero tras años de inmersión en la ciencia del tacto, puedo decirles que son mucho más profundos de lo que solemos imaginar: Son nuestro principal lenguaje de compasión y uno de los principales medios para difundir la compasión.
En los últimos años, una oleada de estudios ha documentado algunos increíbles beneficios para la salud emocional y física que se derivan del tacto. Estas investigaciones sugieren que el tacto es fundamental para la comunicación humana, la creación de vínculos y la salud.
En mi propio laboratorio, en un estudio dirigido por mi antiguo alumno Matt Hertenstein (ahora profesor en la Universidad DePauw), nos preguntamos si los seres humanos pueden comunicar claramente la compasión a través del tacto.
Hicimos lo siguiente: Construimos una barrera en nuestro laboratorio que separaba a dos desconocidos. Una persona introdujo el brazo a través de la barrera y esperó. A la otra persona se le dio una lista de emociones y tenía que intentar transmitir cada una de ellas tocando durante un segundo el antebrazo del desconocido. La persona cuyo brazo se tocaba tenía que adivinar la emoción.
Dado el número de emociones consideradas, las probabilidades de acertar por casualidad eran de un ocho por ciento. Pero, sorprendentemente, los participantes acertaron con la compasión casi el 60% de las veces. Gratitud, ira, amor, miedo… también acertaron más del 50% de las veces.
En el estudio había varias combinaciones de sexos, y me siento obligado a revelar dos diferencias de género que encontramos: Cuando una mujer intentaba comunicar enfado a un hombre, éste no acertaba nada: no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Y cuando un hombre intentaba comunicar compasión a una mujer, ¡ella no sabía lo que estaba pasando!
Pero, obviamente, aquí hay un mensaje mayor que “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”. El tacto proporciona su propio lenguaje de compasión, un lenguaje que es esencial para lo que significa ser humano.
De hecho, en otras investigaciones he descubierto que la gente no sólo puede identificar el amor, la gratitud y la compasión a partir del tacto, sino que puede diferenciar entre esos tipos de tacto, algo que la gente no ha hecho tan bien en los estudios sobre comunicación facial y vocal.
“Tocar es dar vida” Lamentablemente, sin embargo, algunas culturas occidentales están bastante privadas del tacto, y esto es especialmente cierto en Estados Unidos.
Los etólogos que viven en distintas partes del mundo lo reconocen rápidamente. Los primates no humanos pasan entre un 10 y un 20 por ciento de su día despiertos acicalándose unos a otros. Si vamos a otros países, la gente pasa mucho tiempo en contacto físico directo con los demás, mucho más que nosotros.
Esto está bien documentado. Uno de mis ejemplos favoritos es un estudio de los años 60 del pionero psicólogo Sidney Jourard, que estudió las conversaciones de amigos de distintas partes del mundo sentados juntos en un café. Observó estas conversaciones durante el mismo tiempo en cada uno de los países.
¿Qué descubrió? En Inglaterra, los dos amigos se tocaban cero veces. En Estados Unidos, en un arrebato de entusiasmo, se tocaron dos veces.
Pero en Francia, la cifra se disparó a 110 veces por hora. Y en Puerto Rico, ¡las amigas se tocaron 180 veces!
Por supuesto, hay muchas buenas razones por las que la gente tiende a no tocarse, especialmente en una sociedad tan litigiosa como la nuestra. Pero otras investigaciones han revelado lo que perdemos cuando nos contenemos demasiado.
Los beneficios empiezan desde el momento en que nacemos. Un estudio realizado por Tiffany Field, líder en el campo del tacto, reveló que los recién nacidos prematuros que recibieron sólo tres sesiones diarias de 15 minutos de terapia táctil durante 5-10 días ganaron un 47% más de peso que los prematuros que recibieron tratamiento médico estándar.
Del mismo modo, las investigaciones de Darlene Francis y Michael Meaney han descubierto que las ratas cuyas madres las lamían y acicalaban mucho cuando eran bebés crecen más tranquilas y resistentes al estrés, con un sistema inmunitario más fuerte. Esta investigación arroja luz sobre por qué, históricamente, un porcentaje abrumador de bebés humanos en orfanatos donde los cuidadores les privaban del tacto no han crecido hasta alcanzar la altura o el peso esperados, y han mostrado problemas de comportamiento.
“Tocar puede ser dar vida”, dijo Miguel Ángel, y tenía toda la razón.
Desde esta frontera de la investigación sobre el tacto, sabemos gracias al neurocientífico Edmund Rolls que el tacto activa el córtex orbitofrontal del cerebro, vinculado a los sentimientos de recompensa y compasión.
También sabemos que el tacto crea relaciones de cooperación: refuerza la reciprocidad entre nuestros parientes primates, que utilizan el acicalamiento para crear alianzas cooperativas.
Hay estudios que demuestran que el tacto transmite seguridad y confianza, y calma. El tacto cálido básico calma el estrés cardiovascular. Activa el nervio vago del cuerpo, que está íntimamente relacionado con nuestra respuesta compasiva, y un simple roce puede desencadenar la liberación de oxitocina, también conocida como “la hormona del amor”.
En un estudio de Jim Coan y Richard Davidson, los participantes tumbados en un escáner cerebral de IRMf, anticipando una dolorosa ráfaga de ruido blanco, mostraron una mayor actividad cerebral en regiones asociadas con la amenaza y el estrés. Pero los participantes cuya pareja les acariciaba el brazo mientras esperaban no mostraban esta reacción. El tacto había apagado el interruptor de la amenaza.
El tacto puede tener incluso efectos económicos, fomentando la confianza y la generosidad. Cuando el psicólogo Robert Kurzban hizo jugar a los participantes al juego del “dilema del prisionero”, en el que podían elegir entre cooperar o competir con un compañero por una cantidad limitada de dinero, un experimentador tocó suavemente a algunos de los participantes cuando empezaban a jugar, sólo una palmadita en la espalda. Pero marcó una gran diferencia: Los que fueron tocados eran mucho más propensos a cooperar y compartir con su compañero.
Este tipo de beneficios pueden aparecer en lugares inesperados: En un estudio reciente de mi laboratorio, publicado en la revista Emotion, descubrimos que, en general, los equipos de baloncesto de la NBA cuyos jugadores se tocan más ganan más partidos.
Terapias táctiles:
Teniendo en cuenta todos estos hallazgos, es lógico pensar en formas de incorporar el tacto a diferentes formas de terapia.
La “terapia del tacto” puede parecer una idea rara, pero tiene a la ciencia de su lado. Es buena para toda nuestra salud física y mental.
El uso adecuado del tacto puede transformar la práctica de la medicina y, además, es rentable. Por ejemplo, hay estudios que demuestran que tocar a pacientes con Alzheimer puede tener enormes efectos a la hora de conseguir que se relajen, establezcan conexiones emocionales con los demás y reduzcan sus síntomas de depresión.
Tiffany Field ha descubierto que la terapia de masaje reduce el dolor en las embarazadas y alivia la depresión prenatal, tanto en las mujeres como en sus cónyuges. Una investigación de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Berkeley ha descubierto que el contacto visual y las palmaditas en la espalda de un médico pueden aumentar la tasa de supervivencia de los pacientes con enfermedades complejas.
Y los educadores, tomen nota: un estudio del psicólogo francés Nicolas Gueguen ha descubierto que cuando los profesores dan palmaditas amistosas a los alumnos, éstos tienen tres veces más probabilidades de hablar en clase. Otro estudio reciente ha descubierto que cuando los bibliotecarios acarician la mano de un estudiante que saca un libro, ese estudiante dice que le gusta más la biblioteca y es más probable que vuelva.
El tacto puede ser incluso una forma terapéutica de llegar a algunos de los niños más difíciles: Algunas investigaciones realizadas por Tiffany Field sugieren que a los niños autistas, de los que se cree que odian que les toquen, en realidad les encanta que sus padres o un terapeuta les den un masaje.
Esto no significa que debas darte la vuelta y manosear a tu vecino o invadir el espacio personal de todos los que te rodean.
Pero para mí, la ciencia del tacto sugiere de forma convincente que estamos programados para -necesitamos- conectar con otras personas en un nivel físico básico. Negarlo es privarnos de algunas de las mayores alegrías y los más profundos consuelos de la vida.